sábado, 23 de agosto de 2008

10.G.- CARÁCTER ADAPTABLE

G. Carácter Adaptable ( noEmotivo-Activo-Secundario)
El signo más característico del carácter flemático es su frialdad y su excepcional calma, es poco expresivo, franco y sencillo; su curiosidad es sin entusiasmo

1. Descripción de los rasgos más característicos.

El signo más característico del carácter flemático es su frialdad y su excepcional calma, es poco expresivo, franco y sencillo; su curiosidad es sin entusiasmo.
Su valor dominante esta en la firme constancia con que lleva a cabo sus obras. Se aplica al trabajo con método y constancia; su actividad es fría y sin calor, pero profunda, vigorosa, tenaz y eficaz. Se propone fines determinados y precisos y no descansa hasta haberlos terminado. Actúa con convicción y en silencio.

Sus intereses son intelectuales, sus juicios incipientes, precisos y categóricos. El flemático es autónomo, circunspecto, tenaz, firme, puntual, regular y sistemático. Es ordenado y limpio. No está apegado ni al dinero, ni a las cosas, ni a los atractivos del mundo. Lleva una vida muy sencilla y aprovecha muy bien el tiempo.

Su principal cualidad es una calma especial que lo hace tener una templanza perfecta y una sabiduría sexual muy marcada. Son muy laboriosos debido a la tenacidad y constancia. Son adaptables en cualquier ambiente, no riñen.

La inteligencia del flemático es lenta, pero profunda; es de tipo conceptual, con buena aptitud para comprender lo esencial, ordenar, clasificar y sistematizar. Posee también buena memoria y capacidad de concentración; en cambio, tiene poca imaginación. Ama la lectura y se aplica seriamente al estudio.

En sus relaciones sociales, le falta espontaneidad y desenvoltura; es reservado, pero no tímido. Parece indiferente a los acontecimientos exteriores y por ello, lo juzgan como insensible. No le gusta participar en grupo, no se abre ante las personas. Le choca renunciar a sus puntos de vista, o aceptar lo que no había previsto. Posee un orgullo frío, duro, conscientemente fundado en su inteligencia, es un orgullo de indiferencia, como si los demás no existieran, de origen intelectual, sin nada de emotividad.

2. Comportamiento religioso.

Aprecia las directrices de la religión. Ve a Dios con un fin determinado, como la Providencia que gobierna con sabiduría. Considera la religión como un sistema doctrinal, cumple la voluntad de Dios por deber y no por amor verdadero. Considera a la Iglesia como un sistema bien ordenado.
Ningún fervor religioso, poco sentimiento, egoísmo, sin espíritu de colaboración. Su religión es como un imperativo categórico. Presta poca atención a la intimidad con Dios, a la amistad con Cristo, al calor de la vida sobrenatural. No ve que la religión se basa en el amor, para él es fría, árida, reducida a un esquema legislativo.

Cumple con las prácticas de piedad de una manera convencional y formalista. Su oración es impersonal, como el estudio de una tesis de teología o la lectura de un tratado, trabajo más de la mente que del corazón. Psicológicamente no da importancia a la Persona viva de Jesucristo o de Dios.

Prefiere el trabajo y el estudio a la oración, la cual considera poco menos que como una pérdida de tiempo. No siente atracción hacia la confesión frecuente y la aplaza. La confesión es para él como una acusación y reparación de la ley, no llega a ser expresión de dolor por haber ofendido a Dios.

3. Pedagogía pastoral.

Ejemplos de santos con este tipo de carácter son san Juan Fisher y san Pedro Canisio.

a. Actitud del formador.

El flemático no busca un corazón que lo comprenda ni alguien a quién imitar; para él, el formador tiene poca importancia. Lo que tiene mucha importancia, y por lo que va a la dirección espiritual, es para que se le sugieran ideas y el método para progresar espiritualmente. No busca en la dirección espiritual un camino para el encuentro con Cristo: exige directrices precisas y sistemáticas para su formación espiritual, aunque no se somete a ellas, ni se deja guiar fácilmente.

Él necesita un formador paciente, que le abra nuevas perspectivas apostólicas, para que su vida no se diseque en sus manías y en su frialdad. No hay que imponerle nada, sino presentarle nuevos horizontes. Para infundir calor en su vida espiritual hay que aconsejarle la oración, y el apostolado, para que nutra su vida exterior.
No cambia por nada sus ideas: sólo después de un convencimiento personal y si va de acuerdo a sus intereses; por ello requiere suavidad y una dirección moral que no sea sólo de prohibiciones categóricas, sino motivaciones que pueda aceptar. Se necesita un procedimiento persuasivo y no coercitivo que crearía reacciones de oposición frías y duras: la simpatía y el afecto no se imponen, sino que es necesario que nazcan casi espontáneamente.

b. Vida espiritual.

Presentarle lo sobrenatural no como un sistema de verdades reveladas, sino como una adhesión de la inteligencia a la Palabra revelada y una donación del propia vida a Dios. Hacerle reflexionar que ser creyente quiere decir abandonarse en Dios. Hay que conseguir que llegue a tener una relación personal con Jesús en la Eucaristía. Que se acostumbre a ensanchar el horizonte de la oración para convertirla en una fusión de amor con la voluntad de Dios.

Deberá esforzarse por sentir con el corazón lo que cree con la inteligencia y lo que práctica fríamente llevado por el razonamiento. Exponerle un ideal concreto, preciso y elevado. Conducirle para que abra su corazón a la caridad con el prójimo. Hacerle comprender que la moral es un compromiso adquirido, una respuesta de amor a una ley de amor dada por Dios. Por ejemplo, presentarle la confesión como reparación que conlleva un dolor profundo por haber ofendido a un Dios, que a pesar de todo, lo ama.

Enseñarle a comprender la profundidad espiritual que supone la adhesión a la voluntad de Dios en todas las ocupaciones del día. Y por último, hay que combatir su orgullo (que sabe defender fríamente con mil razones), hacerle comprender los límites de sus posibilidades y que considere todos sus defectos bajo una luz sobrenatural.

c. Apostolado.

Para el flemático todo trabajo ha de tener un sentido. No piensa que el apostolado tiene como objetivo la salvación de cada hombre en particular, y que no es cuestión de administración o de organización técnica.
Hay que formarlo iluminando su inteligencia, haciéndole comprender la necesidad de ayudar a los demás, despertar en él la emotividad. Lo que le cuesta en definitiva es darse a los demás, considerarlos como personas en vez de cosas indiferentes a los que juzga duramente. Crearle disposiciones favorables que provoquen sentimientos de compasión y delicadeza.

Se inclina más por el apostolado intelectual. Ama los cargos de organización o administración. No es la persona adecuada para crear o atender relaciones sociales, él mismo se reconoce como incapaz de ejercer una influencia inmediata sobre los demás. Cuando llega a ser administrador de una obra se vuelve conservador, poco flexible y sin espíritu de adaptación a las exigencias del momento o poco comprensivo con los demás.

La síntesis de su preparación al apostolado es: amor a Cristo y comprensión a las almas.

d. Vitalizar su vida.

Es conveniente introducir en su vida la diversidad, abrir su carácter y su inteligencia, no tolerar que viva replegado sobre sí mismo, sin entregarse.

1) Utilizar un método persuasivo, para hacerlo comprender a los demás por medio de la simpatía y el afecto.

2) Hay que motivarlo continuamente para que pase de la comprensión abstracta, a la experiencia vivida. Que no se irrite por causa de las deficiencias ajenas. Tiene que acostumbrarse, por tanto, a la práctica de la comprensión, soportando los defectos de los demás, con el cual hará un servicio de amor.

3) Hacerle comprender que la entrega no sólo se hace por amor a los principios (la ley, lo objetivo, lo justo), sino también se hace por amor a los demás, según las circunstancias de cada caso.

4) Prevenirle contra el automatismo, que lo llevaría a la excesiva meticulosidad, a la dureza y al formalismo.

5) Acostumbrarlo a la práctica de las virtudes altruistas: atenciones para los demás, simpatía, sacrificio, caridad, con acciones concretas.

6) Aconsejarle sobre la desconfianza en sí mismo; que no se crea nunca demasiado seguro, pues el orgullo es mal consejero y fácilmente puede jugarle una mala pasada. El orgullo intelectual termina frecuentemente por caer en el orgullo de la carne

7) Conviene aconsejarle la lectura de libros que se centren en la figura y persona de Jesús, con el fin de formarle en una espiritualidad cristocéntrica, o de libros que traten a fondo sobre el problema de la salvación de las almas (obras sociales, misiones) y de esta forma educarle en el verdadero celo por las almas.

El flemático es un carácter del cual se pueden obtener muchos elementos positivos, porque si es cierto que tiene graves deficiencias naturales, no por esto deja de poseer cualidades excelentes. Todo el trabajo de la formación en la vida sobrenatural del flemático deberá centrarse en dar vida a su psicología: que ponga sentimiento en su acción; que la luz de su inteligencia se convierta en fuego para el corazón; que su fría moralidad se encauce en una vida que reproduzca y refleje la voluntad de Dios




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