miércoles, 1 de octubre de 2008

1.- LA FAMILIA CELULA VITAL DEFENSORA DE VALORES HUMANOS

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Vivimos en una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada por la aplanadora de las modas ideológicas y culturales, por la vida urbana que tiende a hacer la existencia de las personas inhumanas y deshumanizadora...” comenta Monseñor Norberto Rivera en su carta a las familias.
Cómo luchar contra esto, si no es desde el núcleo de las familias, pues es ahí donde el hombre descubre su verdadera identidad como persona, el verdadero sentido de su vida, que no se agota en la obtención de dinero, éxito, poder u otro tipo de satisfactores. El hombre parece que ha dejado de ser una persona, para ser un eslabón más de las cadenas de producción, un objeto y no un sujeto individual con una dignidad personal, con afectividad; en definitiva, un ser humano único e irrepetible. Y es en el núcleo familiar donde la persona lo es en sí misma y no es un número más de las estadísticas; es alguien, no algo.
Todo esto nos habla de uno de los aspectos fundamentales de la verdad de la familia, que es su dimensión social. La familia nos hace ver que cada uno de nosotros no está llamado a realizarse en solitario, somos cada uno constructor responsable de la sociedad. Una sociedad que destruye a sus familias se destruye a sí misma y, ¿qué pasa hoy, en nuestra sociedad, cuando se presenta a los padres como seres fuera de moda, por los que incluso se siente compasión y no respeto, cuando no existe una formación del carácter, en la madurez y en la voluntad, cuando llenamos a nuestro hijos de recompensas inmediatas y satisfactores materiales, cuando les queremos dar todo y no lo esencial?
¿Qué pasa en una sociedad cuando el tener y el hacer son más importantes que el ser, cuando vivimos para las cosas y para el hedonismo, cuando la bolsa de Louis Vouitton azul pastel, la más reciente agenda electrónica, el nuevo Bulgari, el último video juego o la colección completa de muñecos de figuras y Hello Kitty son lo “más importante”?
Una consecuencia inmediata de la pérdida de los valores, se nota en la pérdida de la felicidad.
Las familias contentas, que gracias a Dios vemos hoy en día, no son mayoría. ¿Cuántas veces vemos que los hijos ya no son más, una bendición para sus padres, sino un obstáculo para su propia realización, para el conseguir, el alcanzar y no consiguen esa felicidad que solo proviene de poner nuestro corazón en un proyecto de vida superior?
No quiero pensar que sea una educación de mala voluntad o de falta de empeño, sino quizá es inadecuada. ¿Qué le falta? Nos falta ser profesionales.
Todos tenemos una clara idea de lo que queremos para educar a nuestros hijos en valores, pero ¿cómo lo estamos llevando a la práctica?
¿Cuántas veces nuestros valores interiores no encuentran correspondencia en nuestra actitud diaria, en nuestro comportamiento? Qué importante es entonces, ser y hacer lo que pensamos, ser profesionales en nuestra tarea de educar. Profesionalismo que no implica tomar 60 “cursitos” de valores y tener 60 diplomas colgados en nuestro hogar sin que nuestra esencia personal cambie para hacer de estas enseñanzas algo nuestro, un modo de vida del ser, del actuar, del dar. ¡Cuánto mejor sería llenar los 60 minutos de cada hora con amor, con generosidad, con alegría, con todo nuestro corazón puesto en ello! Pero además, con madurez como pareja formada, pues nadie puede dar lo que no tiene, es decir, no es una tarea de improvisación.
No podemos detenernos en el camino, ¡hay que llegar al final, pues el que no avanza, retrocede! Qué importante es el estar preparados con sólidas conocimientos en las áreas que afectan directamente a la familia, en la seriedad del ejercicio profesional, pero sobretodo, conscientes de que nuestro ejemplo de vida, nuestro testimonio y nuestro interés sincero por la familia, serán los instrumentos más valiosos para crear y promover dentro de la sociedad, actitudes y comportamientos positivos que preserven, defiendan, divulguen y enriquezcan la unidad y los valores sobre los que se asienta la familia.
Vivimos en una sociedad de “soluciones light”, pues basta comprar una serie de libros para resolver cualquier problema que se nos presente: “ Cómo conquistar la felicidad perfecta a través del ejercicio sincrónico de la diatrocidad del yoga” o “ El poder de alcanzar su autorrealización en solo diez pasos” o “ El Feng shui: convierta su hogar a través de la armonía energética”.
Por otro lado, la cultura en la que estamos inmersos, va forjando la personalidad del hombre y la mujer, haciéndolos particularmente débiles para construir un hogar. Un hogar en el que se vivan y enseñen valores personales y sociales.
El corazón del hombre se va haciendo más individualista, más incapaz de renunciar a sí mismo por el otro, menos dispuesto a compartir y finalmente, más sólo. Cuántos padres de familia trabajan para dar a su familia lo mejor, ¡“lo mejor”!: unas horas el fin de semana después de su torneo de golf y en el mejor de los casos, un momentito por las noches, sin involucrarse en la tarea de educar, en el diálogo, con sus hijos y su esposa.
Cuántas mujeres buscan hoy día la realización personal, únicamente en el gimnasio o en una vida social tan activa, que pueda llenar la agenda de toda la semana.
Para cuántos de nuestros hijos, es más importante cultivar la popularidad teniendo la primicia de los objetos de moda o de la fiesta más espectacular, sin buscar la amistad sincera.
Qué tremendo el ver cómo viven en soledad absoluta familias “bien avenidas”.
¿Por qué hoy se dan tantos casos de depresión, incluso en niños?
Los niños abandonados no están todos en las calles, también lo están en sus propios hogares. Muchas parejas eligen a su compañero basadas en criterios tremendamente superficiales, incapaces de sostener el embate cotidiano que surge de la vida en común.
Las consecuencias de esto acaban siendo, no sólo el fracaso matrimonial y, por consiguiente, la herida en la vida de los esposos y de los hijos, sino además, la existencia de familias “técnicamente tradicionales” que pueden vivir juntos pero en las cuales se vive un tremendo egoísmo y una gran desviación de las prioridades educativas y formativas.
Es por ello que se presenta esta propuesta como un taller práctico, en el que la aportación de cada uno como pareja ocupada de la formación familiar integral, tendrá gran valor. Es un gran compromiso para parejas como ustedes que realmente se preocupan por lo esencial, esa consciencia del educar: crecer en lo que son y trasmitir lo que tienen a los demás.
No pretendemos rollos interminables, sino hablar con el corazón y desde el corazón. De qué sirven todos los argumentos de origen intelectual, sino salimos de aquí planteándonos las preguntas ¿qué vamos a hacer, desde hoy, por esos niños que Dios deposita con total y absoluta confianza en nuestras manos? Y, ¿cómo lograr esa unión y ese crecimiento de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestro colegio, de nuestra sociedad? Esperamos tus comentarios