lunes, 18 de agosto de 2008

13.- UN MISTERIO LLAMADO MATRIMONIO

Ante las dificultades objetivas nuestra actitud de entrega, de pureza y de generosidad serán el ejemplo y el impulso cristiano que necesita el mundo


Un misterio llamado matrimonio
El matrimonio necesita de nuestro constante compromiso. Es decir, del amor. Amor diario, esforzado, alegre. Ante las dificultades objetivas nuestra actitud de entrega, de pureza y de generosidad serán el ejemplo y el impulso cristiano que necesita el mundo.

Un hombre y una mujer se enamoran, encuentran su unidad, su destino en común. Insisto: un hombre y una mujer. Así ha sido desde el principio de los tiempos, desde que el hombre es hombre y no esta especie de casuística amorfa, de dirección única, en el que algunos lo quieren convertir. El enamoramiento comienza en la mirada, y transforma todo nuestro existir en un acto infinito. Ya nada es lo mismo. El corazón late desbocado. Queremos al otro en cada detalle de su voluntad, en cada gesto, por nimio que sea. Para siempre. No podemos pasar sin él, sin ella. Nos basta con su presencia, con su perfil, con la gracia de su figura, con la elegancia de su nombre. Desde luego que ya nada es lo mismo. Hemos nacido de nuevo. A un amor limpio, que nos impulsa a ser mejores, a entregar nuestra vida. Es un “camino de perfección” que nos devuelve a la alegría, quizá perdida hace tiempo en el laberinto del yo y sus pasiones alucinógenas. Y poco a poco nos vamos desnudando de nuestro capricho y acariciamos la entraña de la felicidad.

El matrimonio es un conocimiento y un convencimiento, una clara vocación por la espeleología del alma, un sacramento que brota del perfume de los cuerpos. Es una ternura inviolable por la que no pasan los años, ni la unción de las arrugas. Es un noviazgo constante, un compromiso que va mucho más allá de la rutina y del cansancio. Nada que ver con la burocracia, el padrón o las fotocopias del libro de familia. Es un ofrecimiento responsable, un milagro que engendra vida. A pesar de los disgustos y de las lágrimas. Hombre y mujer se entregan al sentido del sacrificio, sin exhibicionismos sospechosos, sin amaneramientos extraños. Y sin vacilaciones. Juntos, sin miedo al camino. La condición masculina se complementa con la femenina (y viceversa), en un misterio solemne e inmemorial. Se funden los labios, se consuman las palabras, en un abrazo tan prodigioso como necesario.

Nuestras sociedades necesitan hoy más que nunca del matrimonio -raíz de la familia- si quieren seguir subsistiendo como tales. Si quieren conservar un ápice de cordura, de esperanza para el futuro. Precisamente ahora es cuando virtudes como la fidelidad, el pudor o la sinceridad son más necesarias, adquieren un sentido más poderoso. A pesar del desuso, de las costumbres viciadas, de la tiranía que ejerce a nuestro alrededor la anomalía. El amor cabal de un hombre y de una mujer se basa en la abnegación, y es la fuente desde donde mana la más urgente solidaridad que necesita el mundo. Esto, y no otra cosa, es el matrimonio.


Herramientas del Artículo:

Ver más artículos del tema

Preguntas o comentarios

Envíalo a un amigo

Formato para imprimir

Descargar en PDF